48 horas en Jerez de la Frontera, una ciudad industrial que no ha perdido su carácter tranquilo
La localidad gaditana conserva el delicioso discurrir de la vida andaluza y un patrimonio de visita obligada. Una ruta por sus calles y plazas en busca de sus famosas bodegas, el Alcázar, la catedral o la Real Escuela Andaluza del Arte Ecuestre
Jerez de la Frontera es una ciudad grande e industrial —es uno de los principales nudos de comunicaciones y logística de Andalucía oriental— que no ha perdido su carácter tranquilo y provinciano. Su centro histórico es una sucesión de palacios barrocos, austeras fachadas encaladas que esconden patios deliciosos, plazas llenas de naranjos cuajados de frutos gordos y sabrosos que huelen a azahar incluso ya en enero, y calles empedradas donde resuenan los cascos de los caballos que arrastran carruajes de turistas. Una de esas plazas, más bien diría la plaza, es la del Arenal, el centro neurálgico del viejo Jerez: un cruce de caminos e inicio y final de todos los paseos urbanos. Rectangular, con una estatua ecuestre del dictador Miguel Primo de Rivera —que era jerezano— en el centro y las arcadas de una alhóndiga del siglo XVII en uno de sus laterales. Este es el lugar perfecto para iniciar cualquier ruta turística en busca de los entresijos de una ciudad dinámica con más habitantes que Cádiz, la capital provincial, pero que conserva en sus plazas y en sus terrazas el delicioso discurrir de la vida andaluza, hecha de tertulias y confidencias al arrullo de una botella de fino y un plato de jamón bien cortado.