A contracorriente
La investidura de Trump es importante para quienes se atreven a decir lo que nadie, siempre solas y hostigadas, denunciando su censura en medios de masas
La investidura de Donald Trump como presidente de Estados Unidos, primera potencia del planeta, de la mano, entre otras igual de poderosas, de su consejero Elon Musk, hombre más rico del mundo, del mismo modo que el poder alcanzado por Giorgia Meloni en Italia, Javier Milei en Argentina o Viktor Orbán en Hungría, o el ascenso de Santiago Abascal en España, asentado Vox ya como tercera fuerza, es una noticia a valorar para las voces en el desierto, esos intelectuales desplazados, graves pensadores y agitadores saltimbanquis que van a contracorriente porque que se atreven a decir lo que nadie se atreve, necesitados del sueldo de un partido para ser independientes, siempre solos y hostigados, denunciando su censura en medios de masas, la única y débil esperanza de un mundo ahogado por la dictadura de lo políticamente correcto. Se desconoce si estas tomas de poder, incluido el asalto a Twitter/X, con sus correspondientes medidas ejemplares (y ejemplarizantes), es positiva o no para tremenda corriente ideológica que ha hecho de la percepción de la mayoría un caballo divertidísimo de batalla: el poder, mande quien mande, siempre son los otros. En España hasta un vicepresidente del Gobierno se quejó de que no mandaba, y una vez desalojados de La Moncloa son muchos los ministros (y algún presidente) que justificaron su inmovilidad respecto a delicados asuntos por tener las manos atadas o poco margen de maniobra. Ejercer el poder es lo que hizo Trump el primer día de presidencia revocando la era Biden, te guste o no, porque para eso le votaron; o José Luis Rodríguez Zapatero retirando las tropas de Irak el segundo día, te guste o no, porque para eso le votaron; incluso Joe Biden en su último día indultando a media familia, aunque no te guste, porque nadie le votó para eso; para eso, que huyan de la justicia, mételos en el avión y llévalos a Abu Dabi. Y escribir, pensar o hablar bajo la protección del poder no es solo patrimonio de los acróbatas locales del PSOE defendiendo a ciegas cada cambio de opinión de Pedro Sánchez, sino también de esas libérrimas voces, tan desamparadas y tan a contracorriente que les ha dejado la corriente, entre otros lugares clandestinos, en la Casa Blanca.