A pedales por la Patagonia: un relato en primera persona de la exigente prueba Across Andes
La región de Aysén acoge parte de la panorámica Carretera Austral que recorre el sur de Chile, el destino soñado para ciclistas, antes viajeros con alforjas y ahora flamantes adeptos del ‘bikepacking’

“Quien se apura en la Patagonia, pierde el tiempo”, me digo una y otra vez, recitando el mantra local. Paradójicamente, formo parte de una prueba ciclista de ultrarresistencia y dispongo de cinco días para recorrer 1.000 kilómetros por pistas de tierra y guijarros, así que debo encontrar un equilibrio entre mis deseos de empaparme de la Patagonia Verde y mis modestas aspiraciones deportivas. Decido tomármelo con calma y, una eternidad después, me arrimo a la rueda trasera de otro ciclista, un rival, y me fijo en los detalles de su bici, en sus modernas alforjas aerodinámicas, en su pedaleo de cadencia elevada. No es solo un ciclista, sino un viajero. Una frase escrita a mano con rotulador destaca en la parte trasera de su casco, como si fuese un aviso o una advertencia: “El miedo no es fe”. Curioso, hago un nuevo esfuerzo para ponerme a su altura, saludarle, preguntarle de dónde es (norteamericano) y, tras un breve intercambio de charla intranscendente, lanzar la única pregunta que me interesa: “¿Qué quieres decir con eso que llevas escrito en el casco?”. El joven ríe y reconoce que en inglés es un dicho frecuente que suena mejor que en castellano: fear is not faith. Pero, dice, al estar en Chile le parecía más apropiado lanzar su mensaje en castellano para recordar a los potenciales lectores que conviene no confundir los sentimientos.
El refugio para ciclistas Doña Inés
En Villa Amengual, dos modestos contenedores de chapa se han convertido en un santuario ciclista: el refugio para ciclistas Doña Inés. “Cuando imagino el paraíso, veo lugares como este”, musita alguien. Durante la Across Andes 2023, la primavera traicionera regaló a los ciclistas una nevada tardía. Poco a poco, el refugio empezó a llenarse de ciclistas ateridos, incluso hipotérmicos. Fuera, las bicis se amontonaban de cualquier forma contra la chapa del edificio, acumulando nieve. “Estuve dos días sin dormir, acomodando a más de 100 ciclistas en un espacio que apenas cuenta con 14 literas. Mientras unos dormían, otros comían”, recuerda Inés. La mitad de los participantes abandonó. “Fue un motoquero [motorista y viajero] quien me dio la idea de crear este refugio para acoger a los que viajan en sus bicis recorriendo la Carretera Austral. Por aquí pasan personas de todo el planeta y yo solo les ofrezco refugio, comida, calor y un lugar donde dormir. Algunos me pagan trabajando conmigo varios días”, explica. Mientras dura la prueba, vive días de enorme ocupación. Ni siquiera le interesa hacer negocio. Su preocupación por los viajeros es tan genuina que muchos le pagan más de lo que señala la cuenta. De hecho, su refugio se quemó en 2017: en apenas unas semanas muchos de los ciclistas que habían conocido el lugar reunieron los 3.000 euros necesarios para rehabilitarlo.