David Lynch jamás va a irse a ninguna parte
Su reino fue el de la pesadilla hiperrealista porque cuando alguien descubre algo que existe pero no podemos ver, entonces inventa una realidad que sin él habría pasado inadvertida
En La Estrella de Ratner, una desconocida novela de Don DeLillo, un niño genio, Billy, debe descifrar una señal de otro planeta guiado por una colección aparentemente interminable de freaks, excéntricos personajes que viven con un pie en este mundo —la supuesta realidad— y con otro en el otro, uno que solo ellos están viendo porque forman parte de algo que existe, pero solo está al alcance de aquellos que, permítanme invocarle ya, permítanme invocar al hombre que fue adjetivo instantáneo, el cineasta, el pintor, el artista que hizo lo imposible —dar sentido, o representar, diseccionar, habitar el inconsciente—, saben que todo sigue siendo, afortunada y terroríficamente, un misterio. Uno que David Lynch capturó una y otra vez, apasionadamente, desde un absurdo único, genial, onírico, oscurísimo.