Dura caída de Jonas Vingegaard que pone en riesgo su victoria en la París-Niza
Matteo Jorgenson recupera el maillot amarillo después de que el líder pierda medio minuto en la subida final, donde se impone Lenny Martínez

Capturado el hosco Foss, Victor Campenaerts, aerodinámico casco de mariscal prusiano, abraza por las maneta su querido manillar estrecho y acelera. A su rueda, casco rojo distintivo, Jonas Vingegaard. Ah, alertan los simpáticos espiritosos, ahí viene, ahí se prepara, comienza la sinfonía fantástica del danés, y guiñan un ojo a los conoscenti, que asienten. Ah, sí, no en vano llegamos a La Cuesta de San Andrés, el pueblo de Berlioz, qué músico, qué sinfonías. Y podrían añadir, qué cuesta la subida final a Notre Dame de Sciez, que parece el muro de Huy de la Flecha Valona, un caminito estrecho en el Isère, tan cerca los Alpes, y por qué todas las iglesias, capillas, ermitas, la iglesia católica las construye al final de una cuesta vertical. Y entonces se percatarían de que los labios finos de Vingegaard están rojos como su casco rojo e hinchados como salchichas, un boxeador después de un KO en los morros. Y desalentados observarían que el danés, soberbio la víspera y congelado, y duro, se rezaga, y cuando su compañero Matteo Jorgenson, el mismo al que la víspera había desposeído del maillot amarillo, comienza por su cuenta a interpretar su propia sinfonía fantástica en la ascensión. Sube a ritmo, a piñón, el pesado norteamericano y a su rueda gozan Lenny Martínez, un muelle diminuto, y Clement Champoussin, burbujeante puncheur, que sin piedad le atacan y superan, por dentro y por fuera, en la última curva, a 150 metros bien medidos. Vence Martínez, un diablillo sobre ruedas.