El esquí de montaña, entre la profesionalización olímpica y su esencia romántica
Las necesidades de la televisión han alterado el escenario de este deporte, sacando de quicio a unos y permitiendo al resto soñar con los Juegos de invierno del año próximo en Cortina-Milán

Para los románticos, la Pierra Menta es la gran cita mundial del esquí de montaña de competición, cuatro días en el Beaufortain francés, 15 cimas a escalar por encima de los 2.000 metros de altitud, aristas afiladas, uso de crampones, descensos salvajes… Todo en un escenario de alta montaña que concede a los ganadores (es una prueba por parejas) un prestigio enorme. Si la Pierra es el Tour de las Grandes Courses de skimo, la Patrulla de los Glaciares o la Mezzalama serían algo así como Giro y Vuelta. Cuando un grupo de amigos se inventó la Pierra Menta, en 1986, los esquiadores de montaña clásicos, los que sufrían de alergia al ver un dorsal, criticaron con fuerza la incipiente moda de competir en las montañas: ¿a santo de qué tanta prisa, tanta gente vestida con mallas vistosas apelotonada en las laderas nevadas? Se quejaron, sí, pero su lamento se diluyó en el olvido. Ahora, el foco de atención del skimo se ha desplazado de la solemnidad de las montañas al blanco aséptico de las estaciones de esquí: los Juegos de 2026 en Cortina-Milán verán el estreno olímpico del esquí de montaña, un escenario que no es del gusto de todos.