El machismo en la escalada, al descubierto
El alpinista Seb Berthe denuncia el comportamiento habitual en la montaña
Jim Logan fue el típico macho alfa del alpinismo, uno precedido por sus gestos, por una valentía desconcertante que le permitió firmar ascensiones tan adelantadas a su tiempo que generan escalofríos de miedo. Sin embargo, Logan solo temía una cosa: que alguien descubriese su anhelo ingobernable, que no era otro que vestir un día por la calle una ceñida mini falda de cuero. En 1978, Logan y Mugs Stump escalaron por vez primera los 2.000 metros de pared de hielo y roca del Emperor Face, en las Rocosas Canadienses. Logan invirtió más de seis horas en escalar el largo clave, y en algún momento de su pelea supo que una caída les mataría tanto a él como a su compañero. Steve House repitió su ruta 30 años después y nunca ha podido entender cómo alguien, con el ridículo material de la época, pudo pasar por ahí y sobrevivir. Hoy, Logan cuenta 70 años de edad, pero se hace llamar Jamie. Ahora, él es ella porque tras casi medio siglo de miedo ha logrado completar la transición. Durante años temió perder a sus amigos de escalada, que nadie le contratase como arquitecto, que sus hijos le repudiasen y que su mujer le abandonase. Nada de esto llegó a ocurrir, o casi. Los amigos escaladores de su generación no supieron cómo lidiar con el cambio y se alejaron de él, víctimas de una cultura machista de largo recorrido en la sociedad pero también en la comunidad escaladora. Su mujer, en cambio, fue su cómplice, su gran soporte emocional.