El miedo a la montaña rusa
Me propuse enfrentarme a mi yo más irracional y tratar de superar el mayor número posible de fobias
Creo que el miedo es inherente a la condición humana. Una de las primeras cosas que me dieron miedo fueron las lavadoras. Mi madre todavía recuerda, entre risas, cómo huía a esconderme despavorido cada vez que escuchaba rugir y veía dar vueltas a aquella máquina del diablo. Años después, dotado de esa autenticidad que sólo tienen los niños, le cogí un profundo pavor al grave hecho de la muerte. Ante esta situación que me desvelaba por las noches, mi sabia madre supo poner remedio, explicándome que ella y yo no íbamos a morir nunca: “Nosotros nos quedamos para simiente de nabos”, me decía. Después, llegó el miedo —vayan ustedes a saber de dónde— a que vinieran a atacarnos los piratas informáticos. Y a este, le siguió el pánico escénico a las montañas rusas, auspiciado cuando a mi padre le dio por subir conmigo al tren de la mina de Disneyland, justo después de tomar la primera comunión.