El paquete
Esto no habría pasado si hubiera habido más humanos en la cadena de envíos. O habría sucedido tan solo una vez
La cosa empezó con una llamada de voz hará unos cuatro meses. Yo detesto hablar por teléfono, una fobia por otra parte bastante común. Pero ese día, no sé por qué, respondí. Era un aturullado repartidor de Amazon que decía no encontrar mi casa. “La dirección es XXX, número X, piso tal, ¿no?”. Y sí, los datos eran correctos, lo cual nos hizo pasar unos minutos de lío y desconcierto, sin poder entendernos. “Estoy delante de una puerta blanca”, decía él, por ejemplo. Pero ¿qué puerta blanca?, me pasmaba yo. “¿Entonces es un chalet?”, insistía el tipo. Pues no, aquí no hay ningún chalet, esto es el centro de Madrid. Mi mención a la ciudad desbloqueó el embrollo: “¿Madrid? Yo estoy en Villanueva del Pardillo”. Acabáramos, nos dijimos los dos. Un error inexplicable y absurdo había llevado mi paquete, que por otra parte llevaba la dirección exacta, código postal incluido, a un pueblo a 30 kilómetros de distancia que por casualidad tenía una calle con el mismo nombre. Aclarado el asunto, hasta nos hizo gracia. Enseguida recibí un correo automático de Amazon lamentando el error en la entrega y diciendo que lo subsanarían en breve.