Esa gota cabrona
En los días de lluvia pienso en los féretros con goteras y en la paciencia de los muertos, tan aseados, a lo mejor con el traje con el que se casaron o con el que se divorciaron, y con los zapatos relucientes como el charol

Estos días de lluvia pienso en los ataúdes con goteras. No me cuesta imaginar al muerto tan tranquilo, con las manos cruzadas sobre el pecho, en posición supina, recibiendo en su ojo derecho la gota que, como una lágrima inversa, se cuela por la grieta del féretro, toc toc toc, y atraviesa el párpado del difunto y horada el globo ocular, o lo que ha quedado de él, y alcanza la catedral de la caja del cráneo, vacía ya, o con un cerebro deshidratado y ruin, del tamaño de media nuez. ¿Qué hace una gota ahí? ¿Qué haría yo, si fuera una gota de agua, en el interior de esa gran oquedad del pensamiento?