Graham Greene y André Gide, entre el bien y el mal
Ambos tenían la mente dividida entre la estricta moral protestante y el hedonismo, entre los placeres oscuros y la honestidad personal

Uno de los héroes literarios de mi lejana juventud fue Graham Greene, quien una vez confesó que se había hecho escritor solo por vengarse de un abusón del patio del colegio, llamado Carter, que lo tenía martirizado. Decidió que en todas sus novelas siempre habría un asesino, un traidor o un perdedor con este nombre. Aquel abusador lo llevó a pensar en el suicidio. De hecho, a los 16 años sus padres lo sorprendieron acariciando un Smith & Wesson, calibre 32. Graham Greene jugó a la ruleta rusa cuatro veces con seis balas. Si eso fuera cierto, según la estadística, estaría matemáticamente muerto, pero él no creía en las matemáticas. En vista del caso fue llevado al psicoanalista. El chico tumbado en el diván le explicó que tenía un sueño erótico recurrente. ”Su mujer entra en mi habitación con los pechos desnudos y yo se los beso”. El psicoanalista le preguntó: “¿Qué asocia en primer lugar con los senos de mi mujer?”. El joven Graham contestó: ”Dos vagones de metro”. El psicoanalista lo dio por curado, solo por quitárselo de encima.