La comida triste del tren y su fauna
En la oferta gastronómica para los viajeros, sólo hay chocolatinas, ‘snacks’ y sándwiches plastificados


Viajo a 300 kilómetros por hora y, por el pasillo central del tren, pasa una azafata empujando un carrito al grito de “¡codos, pies, rodillas!”. “¿Que si quiero o que si tengo?”, pienso. Sonrío para mis adentros, me recojo en el asiento para que el trasto no me atropelle, y disfruto unos instantes de imaginar a esa chica lanzando extremidades sanguinolentas a una turba risueña de pasajeros zombis sibaritas que, inquietos, pese al desasosiego perenne que corroe a los no-muertos por dentro, mantienen una compostura perfecta. Todos llevan auriculares, la camisa bien planchada y el cinturón de seguridad abrochado.