La herencia de balleneros y corsarios
Portuaria y fronteriza, guerrera y comerciante, pirata también, patrimonial, con una cultura local muy viva y abierta al de fuera, y con un castillo, el de Carlos V, convertido en parador, desde el que se observa o se entiende todo lo anterior

A Hondarribia le echan flores en invierno, cuando se visita con holgura, sin hacer cola para comer una sopa de pescado o sin apreturas para subir al santuario de Guadalupe. Con salida al Cantábrico y separada de Francia por el río Bidasoa, la ubicación de esta ciudad guipuzcoana de 16.934 habitantes explica la historia. Asediada por las tropas francesas de Luis XIII en 1638, pueblo comerciante y corsario, mestizo (donde se asentaron judíos expulsados de Castilla y gascones), cazador de ballenas hasta agotarlas, marinero –con una flota pesquera que se mantiene por la anchoa y el bonito–, monumental. Su iglesia de estilo gótico tardío parece una catedral, el barroco palacio Zuloaga brilla cuando sale el sol después de haber llovido y la fortificación de Carlos V, ubicada en la parte más alta, alberga el parador; un cubículo de arenisca resistente a los cañonazos, desde donde se ve la francesa Hendaya y a los remeros en las traineras (hoy deportistas, antes balleneros) navegar hacia el mar. Desde donde se entiende todo.
Redacción y guion:
Mariano Ahijado
Coordinación editorial:
Francis Pachá
Fotografía:
Javier Hernández Juantegui
Desarrollo:
Rodolfo Mata
Diseño:
Juan Sánchez
Coordinación de diseño:
Adolfo Domenech