La marcha triunfal de Sinner obliga a Alcaraz a reaccionar
El número uno, con 36 victorias en sus 37 últimos partidos, abre trecho en las alturas y el español pierde fuelle en el pulso a raíz de su naturaleza oscilante

A eso de las nueve de la noche en Melbourne, fundido a negro ya en la ciudad, Alexander Zverev se recuesta sobre una barandilla mientras factura antes de tomar el vuelo de regreso a su residencia. El alemán decía la velada anterior, tras ceder en la final del Open de Australia frente a Jannik Sinner por 6-3, 7-6(4) y 6-3, que no quiere terminar convirtiéndose en un Poulidor de la raqueta ni que le persiga el estigma que no pocos soñarían, pero él no, el de “ser el mejor de la historia que no ganó un Grand Slam”. Al mismo tiempo, el tenista profería un discurso derrotista a la par que realista: “No soy lo suficientemente bueno, así de simple”. En cambio, sí parece serlo el italiano, quien instantes antes de la escena de Zverev ha facturado todos los bártulos encapuchado y tratando de no ser reconocido, confortable en esa burbuja que dice haber diseñado su imaginación para aislarse de todo y concentrarse única y exclusivamente en lo que le ocupa: sacudir a la pelota.