La música (no) es cultura
Hay algo que siempre me ha llamado la atención como fiel seguidor de ‘Saber y ganar’ y de la idea que colectivamente nos hacemos de lo que se supone que “hay que saber”, ya no solo para “ganar” en la tele, sino para ser considerado una persona más o menos educada, ilustrada o culta
Llevo viendo Saber y ganar desde que el programa empezó a emitirse, hace más de un cuarto de siglo. En casa de mis padres, como en tantos otros hogares, no había sobremesa que se preciara sin que todos nos sentásemos frente a la tele, fruta, dulce o café en mano, a responder, a calcular, a rompernos la cabeza con los concursantes, a encariñarnos con unos, a irritarnos —y a veces avergonzarnos— con otros, a discutir la formulación de las preguntas y a disfrutar de un rato verdaderamente agradable, compitiendo, aprendiendo y pasándolo bien. Cuando ocurría que alguien estaba fregando los platos, preparando otro café o arreglándose para salir a trabajar o a hacer un recado, el grito de “¡Reto!”, vociferado por uno de nosotros como si estuviera ardiendo la cocina o del inodoro saliera un imprevisto y catastrófico géiser de aguas fecales, hacía aparecer jadeando frente a la tele del salón a los ausentes, tras abandonar súbitamente y a la carrera cualquier actividad previa en la que estuvieran enfrascados. Como yo he vivido tantos años en el extranjero, otros tantos sin televisión y las plataformas digitales por internet son un fenómeno más bien reciente, Saber y ganar era también uno de los símbolos de la vuelta al hogar familiar. Hoy, en mi propio hogar ya hay tele, y allí donde viajo tengo internet, así que Saber y ganar puede ir conmigo allí donde esté, en directo o en diferido.