La nieve rosa tiñe los bordes de la Antártida
Unas algas rojas microscópicas, culpables del fenómeno llamado “sangre de los glaciares”, proliferan gracias al calentamiento global y a su vez lo aceleran
En la Antártida hay una pequeña montaña bautizada monte Reina Sofía (275 metros), en recuerdo de la monarca consorte de España. Esta soleada mañana de febrero, en sus laderas blancas parece que ha habido una matanza. “¡Esa es la nieve rosa!”, exclama el biólogo José Ignacio García, para hacerse oír entre los graznidos de los charranes antárticos, unas aves territoriales que embisten a los intrusos. La también llamada “sangre de los glaciares” es un fenómeno llamativo, incluso hermoso, pero alarmante: unas microalgas, favorecidas por el cambio climático, proliferan sobre la nieve y la tiñen de rojo. El blanco inmaculado de la Antártida refleja casi toda la luz del Sol y la devuelve al espacio, pero la creciente superficie rosada absorbe más calor, acelerando el deshielo. El calentamiento genera más nieve rosa. Y la nieve rosa genera más calentamiento.