La palabra pantalla
El objeto que quizá define nuestro tiempo nos vuelve mirones, nos vuelve receptores: nos vuelve más pasivos

Nuestras lenguas están llenas de palabras perdedoras, palabras que se fueron con el viento. Hoy, en cambio, vamos a hablar de una que triunfó. Y que consiguió, incluso, cubrir todas sus huellas: ella misma se sirve de pantalla. Porque lo cierto es que nadie tiene ni idea de dónde viene la palabra pantalla. Se sabe que no es muy vieja, se sabe que es confusa: las personas se podían apantallar pero no con una pantalla, la pantalla de una lámpara dejaba pasar la luz allí donde otras pantallas lo impedían, incluso Freud habló de “recuerdo pantalla” cuando uno trata de ocultar otro más duro. Quizá convenga recordar que desde el principio, la palabra pantalla nombraba un objeto que escondía otros, algo que servía para tapar el resto, pero era, al fin, más que palabra un gallinero —con perdón de gallos y gallinas—, hasta que unos franceses, hace más de un siglo, le buscaron su lugar triunfal: la tela blanca donde se proyectaban esas raras imágenes en movimiento que, por eso mismo, llamaron cinematógrafo.