Las negociaciones
Si Estados Unidos abandona los conciertos y los acuerdos, si decide pelear por un proteccionismo cazurro, allá ellos. En Europa debemos seguir asociados a la cultura del pacto

La vida es una constante negociación. La más complicada de todas es la negociación con la realidad, porque siempre tiene planes para ti que no concuerdan ni con tus deseos ni con tus ideales. Las únicas personas que se acuestan satisfechas del día son aquellas que no se hundieron porque la negociación les obligara a rectificar o variar el plan trazado, sino que encontraron el acomodo en la casa ajena, en las condiciones adversas. En los últimos años, se ha impuesto un estilo negociador abismal y violento. El mejor ejemplo de ello, pues hace gala de ser un genial negociador, es el carácter disruptivo y desafiante de Trump. Pero muchos le precedieron. Detengámonos un instante a rememorar episodios que nos resultan familiares. A la hora de proclamar las listas electorales en las coaliciones partidistas, no es raro leer que el acuerdo se cierra de madrugada a pocos minutos de terminar el plazo oficial para las inscripciones. En la Liga de fútbol hay jugadores que se fichan y registran al filo del fin del tiempo legal. En las adquisiciones de empresas, los expertos cuentan que algunos negociadores gustan de llegar hasta el borde del acantilado antes de resolver la paz. Todas las guerras son un fracaso negociador, alguien estiró de más una cuerda y perdió el control. E incluso en el intercambio de rehenes por prisioneros que protagonizan los radicales israelíes y palestinos parece importar muy poco la vida truncada y el tiempo transcurrido, lo que se impone es la estrategia de venderse como ganador por encima del desprecio a la fragilidad de las vidas rotas.