Me gustaría dejar de ser una ensalada para poder vivir desaliñada
Como mujer blanca urbana europea sin ahogo económico, experimento el placer de perfumarme
Las mujeres blancas, negras, gordas, flacas, urbanas, ¿rurales? —las rurales están representadas en los anuncios de lácteos y embutidos—, altas y bajitas estamos contentas de poder estar lubricadas cuando nos apetece —incluso más allá de nuestras apetencias— y, a la vez, controlar intempestivas bajadas de flujo vaginal sin que estas sean motivo de catástrofe. Insisto: no logro recordar a muchas mujeres rurales ni en el ámbito glamuroso ni en el falsamente naturalista de la publicidad. Le preguntaré a mi amiga la poeta María Sánchez o a mi tía Agustina, que vive en Fuenterrebollo. Veo mujeres viejas —más que superar el edadismo dilatamos en el tiempo nuestra capacidad de ser clientas— y muy jóvenes; las marcas se preocupan de crear la necesidad del afeite, también de la cirugía, desde que tenemos uso de razón y adquirimos, con él, la libertad de infligirnos dolor para estar guapas: depilaciones de ingles con cera ardiente, tirón, puntos de sangre, amenaza del forúnculo…