Mi noveno ‘ochoeme’
La brecha salarial siguen siendo los hijos y la violencia de género continúa matando, pero no es menos cierto que algunas, con sus grescas, han servido jamón del bueno a los machistas

El miércoles 8 de marzo de 2017 por la tarde, a la salida del curro, cogí el coche con idea de echar un ojo a la manifestación feminista del 8M y volver a casa a tiempo de pasar por el súper. Nunca había ido a esas movilizaciones, que, hasta entonces, solían reunir a cuatro, o 400, gatas, pero las jóvenes del periódico nos animaron a ir juntas, entre un runrún de que se estaba cociendo algo grande y no quería perdérmelo. Se quedaron cortísimas. Mucho antes de llegar al punto acordado, tuve que tirar el coche y unirme a una marea de niñas a ancianas que gritaban “nos queremos vivas” como una sola garganta. Se percibía en el aire la electricidad de los grandes acontecimientos. Una mezcla de rabia y euforia que resucitaba a una muerta, hasta el punto de que me oí berrear “aquí estamos las fe-mi-nis-tas”, pese a que jamás me había autodefinido de tal forma. Tenía entonces 50 años, los mismos que llevaba vadeando el patriarcado dentro y fuera de casa a base de hostias y amor propio, y creía, como tantas coetáneas, que con eso bastaba. Ese día, tomé conciencia de que no era suficiente y de que, juntas, éramos infinitamente más fuertes.