¿Por qué suben montañas los alpinistas?
El periodista y guía Oscar Gogorza retrata la historia, los motivos y las contradicciones de la escalada

Al alpinismo —como a las cimas— se puede llegar por diferentes vías. Hay quienes lo llevan tan adherido a su esencia que roza lo atávico. Ahí está, por ejemplo. La respuesta que George Mallory le dio al New York Times cuando, en 1923, le preguntaron por qué dedicaba tantos esfuerzos para escalar una montaña. “Porque está ahí”, contestó diciéndolo todo sin decir nada en una réplica repleta de pureza e ironía. Hay quienes empiezan a subir por esa razón tan humana de hacer algo por el mero placer de dejar de hacerlo. Después de horas de ascenso, de esfuerzo, de asumir riesgos y de tomar decisiones que pueden costar vidas; llegar a la cima, tomarse un tiempo para mirar alrededor y empezar a ser consciente del logro. Quedará aún una parte delicada —el descenso— pero en esos instantes la realidad cobrará sentido. Y hay, también, quienes llegaron al alpinismo de la mano de la familia. A pesar de los madrugones, del frío y de los peligros que ofrecía la montaña, un aire de misterio se iba incorporando poco a poco a aquellas excursiones. Luego, para intentar encontrar respuestas, llegaron los libros. ¿Por qué se suben las montañas? ¿Qué hay ahí arriba que genera tanta atracción? Pocas literaturas son tan fabulosas y evocadoras como la que retrata el alpinismo.