Sandra Monfort, fenómeno de la música valenciana, triunfa con su apuesta híbrida
La artista de Pedreguer convence en La Rambleta con un repertorio que fue sinónimo de reivindicación de lengua, género, hedonismo, mediterraneidad y superación personal


No fue exactamente un bolo: fue una fiesta. Una celebración de la vida. Y una demostración de progresión artística. Una más. Porque parece que hayan pasado años desde el concierto que Sandra Monfort ofreció en el Palau de les Arts, pero solo han sido trece meses: entonces no sabíamos que solo habían transcurrido tres días desde que le diagnosticaron un cáncer de mama. A punto estuvo de aplazarlo. Recuperada – lo contó anoche – tras un complicado 2024, redobla ahora su despliegue sobre el escenario. Un auditorio de La Rambleta prácticamente lleno acogió con fervor el torrente expresivo de una artista que por momentos parece Kate Bush, FKA twigs, Concha Piquer y Sevdaliza a la vez, y que ya tiene todos los huevos (perdón) en el mismo cesto porque Marala (el trío que formaba junto a la mallorquina Clara Fiol y la catalana Selma Bruna) ya son historia. Se espera que la de Pedreguer lo siga danto todo en su proyecto personal. Y a tumba abierta. Anoche hubo nervios (lógicos) y alguna discontinuidad (qué menos cuando también hay colaboraciones), momentos de magia (esa de la que ella misma se rio) que uno hubiera deseado gozar más sostenidos en el tiempo (se me ocurren Fantasy, Asusena, Pasodoble Maria o La seducció), pero también instantes de una elocuencia arrolladora: Sandra compone, canta y baila con el aplomo y la soltura de las artistas mayúsculas, es tan buena performer como entertainer porque tiene imagen, tiene discurso, tiene carisma y (sobre todo) unas canciones que aúnan ánimo identitario e inclinación hedonista sin respeto alguno por las fronteras estilísticas, aunque sí por las raíces de unos lenguajes musicales cuyo mejor tributo es no dejar que se anquilosen.