Sin salón, sin luz, sin futuro
Los lectores escriben sobre la crisis de la vivienda, la inhabilitación política de Marine Le Pen, la religión, y el amor

Mi casa no tiene salón. Al llegar a Madrid, descubrí que era más común de lo que imaginaba. La única ventana da a la M-30: con solo entreabrirla, se cuela el ruido del tráfico, un mar de coches y el aire contaminado. En días de lluvia, la luz es la misma que con sol, pero el piso compartido se convierte en un tendedero viviente: calcetines en estanterías, sábanas en puertas que no cierran. La humedad se adhiere a las paredes, el frío se filtra por ventanas endebles y la cocina es un pasillo donde apenas cabe una persona. Es importante recordar que el derecho a la vivienda lleva asociada la palabra “digna”. Nos venden como tendencia lo que no es más que renuncia: coliving (apartahoteles con espacios compartidos con los vecinos), cápsulas, microliving (viviendas muy pequeñas) o casas sin ventanas, pero con luces LED rosas. Siempre con los mismos beneficiarios. Mientras tanto, dedicamos la mitad del sueldo al alquiler, esperando la próxima mudanza cuando el contrato temporal expire y el precio vuelva a subir.