También hubo trovadoras: poetas que sufrían, elegían y eran las adoradoras
Una antología recopila la lírica escrita por veinte mujeres de clase alta entre los siglos XII y XIII y muestra un intercambio de roles en la expresión del amor cortés

Tenía catorce años cuando mi profesor de literatura me regaló aquel mítico libro de mística. “Frágil ser humano, di y escribe lo que veas y oigas”, recuerdo haber leído y subrayado —con el entusiasmo de quien descubre de súbito la máxima que en adelante guiará sus pasiones— en alguna parte de entre sus muchas páginas repletas de fervor y de ternura. Eran las palabras dictadas a Hildegarda de Bingen por el mismísimo Dios, y parafraseadas por Victoria Cirlot en La mirada interior. Y yo, que después no estudié letras para quedarme más bien a vestir santas bachilleras, creí durante mucho tiempo que las mujeres antologadas en aquel manual habían sido las únicas de mi género en retratar con su inteligencia y con su fe la belleza y el estigma de los corazones calientes de aquellos siglos lejanos. Para mi sorpresa, el feminismo me hizo saber que mi ignorancia no era solo mía, sino que algo de ese no-saber a propósito de la existencia del pasado de nuestras poetas pesaba también en academias y catálogos de poesía, ajenos a la lectura de la lírica producida por otro puñado de autoras que escribían rompiendo tantos esquemas como los que reventaban sus compañeras religiosas; me refiero a las trovadoras, o mejor, las trobairitz, protagonistas hoy de una importante antología editada, prologada y traducida por la también poeta, editora y erudita Clara Janés: Albores. O el rostro sin velo de las trovadoras.