Todo anda regular
Nada hay más cruel que el silencio de los progenitores cuando desaparecen. Papá, mamá, decime algo, que no hay día que no piense en vosotros debajo de la ducha

Mis padres no regresan ni en sueños. Debían de estar deseando largarse de este mundo más que yo de su casa. Pero yo volvía en Navidades, aunque solo fuera para discutir durante la cena de Nochebuena, y les escribía tarjetas postales desde los lugares a los que viajaba. Yo cumplía, en fin, pero ellos no han enviado una señal desde que se marcharon. Me hago cargo de que las comunicaciones entre este mundo y el suyo no son fáciles, pero, joder, ahora tienen la wifi y el 5G, además de los elementos de siempre, para hacerme saber al menos que están vivos. Ya sé que están muertos, pero la verdadera vida, según ellos, que eran creyentes hasta el tuétano, es la otra. Su silencio, me temo, empieza a darle la razón a mi ateísmo. Papá, mamá, decidle algo a este hijo descarriado que no hay día que no piense en vosotros debajo de la ducha.