Un mundo pestilente
La parosmia, una distorsión del olfato que adquirí por el covid, hace que casi todo lo que huelo y como sea repulsivo hasta el punto de causarme náuseas

La semana pasada, que estuve en México en una feria del libro, fui a un restaurante con dos escritoras amigas. La una pidió un pollo relleno de huitlacoche, y la otra, tacos de carne con chapulines. Yo, que me le mido a todo a la hora de comer, me moría por probar esos platos exóticos, pero me abstuve y pedí un sencillo carpaccio. Al probarlo lo retiré con discreción, casi intacto. Miré de nuevo la carta y me decidí por un plato simple: ravioli de queso. Pero otra vez fracasé. A la hora del postre, a modo de compensación, compartí con ellas una torta de queso. Al primer bocado, sin embargo, renuncié. No, no es que el restaurante fuera malo. Es que tengo un efecto del covid-19, muy poco frecuente, llamado parosmia, o su nombre más descarnado, cacosmia, una distorsión del olfato que hace que el 80% de lo que huelo y de lo que como sea profundamente repulsivo, hasta el punto de causarme náuseas.