Una biblioteca ordenada
Como dijo Giordano Bruno, construir un palacio de la memoria no es solo un ejercicio intelectual, sino un acto mágico
Antes dejaba que el tiempo agrupara mis libros de forma orgánica, por afinidad semántica, biográfica, espiritual o de tamaño. Los grandes de fotos, arquitectura y arte se iban con otros libros grandes de mapas o infografías; los de matemáticas con las dos Alicias, los presocráticos, la lógica de enunciados y las grandes aperturas de ajedrez. Los poemas de Ted Hughes convivían con los diarios, biografías y poemarios de Sylvia Plath, que a su vez tocaba a Anne Sexton, Robert Lowell, Ibsen, Al Alvarez y cualquier ensayo sobre suicidio y trepanación. Byron vivía con Babbage y Emerson con William James. Los prerafaelitas salían con Camille Paglia, Pilar Pedraza, Mirabeau, Genet, y Cocteau. Y así sucesivamente hasta que, hace diez años, hice algo que hasta entonces me había parecido absurdo: ordenar mi biblioteca por orden alfabético. Entonces todo cambió.