Una doctrina imperial para el siglo XXI
Los principios que inspiraron a EE UU en su fundación reaparecen en la política exterior transaccional y agresiva del trumpismo
Los deseos de Donald Trump no son órdenes, ni mucho menos, pero revelan los fantasmas de su cerebro. Quiere anexionarse Groenlandia y recuperar el canal de Panamá. Anuncia el uso del ejército contra los carteles de la droga mexicanos y considera que a Justin Trudeau, el primer ministro de Canadá, le basta como título el de gobernador de una provincia americana. Es improbable que vea realizado alguno de ellos y ni siquiera es seguro que sus fanfarronadas, además de incomodar a sus vecinos, le sirvan para obtener tajada en las agresivas negociaciones de las que se considera un auténtico artista. Pero en todos ellos asoma una vieja doctrina que trazó el camino de Estados Unidos como imperio, el más poderoso desde el siglo XX.