‘Vallesordo’, peripecias rurales de un futuro bailarín
El debut literario de Jonathan Arribas, que elige como narrador a un niño de doce años, evita caminos triviales y anuncia a un escritor al que apetece seguir leyendo
No es un reto sencillo el que se ha planteado Jonathan Arribas en Vallesordo al elegir, para su ópera prima, un narrador infantil de solo 12 años. Un reto que podría ser un ejercicio de perspectivismo propio de las escuelas de escritura creativa y que requiere una notable habilidad técnica para que el narrador dé a entender al lector lo que él es incapaz de interpretar, además de una aguda sensibilidad para fraguar la mente dúctil y vulnerable de un niño. Recuerdo logros felices como el Quico de El príncipe destronado, de Delibes, o el cuento Los aposentos del aire, de la mexicana Socorro Venegas (en La memoria donde ardía, 2019), pero incluso en esos y otros casos de resultado plausible existe el riesgo de que el artificio evidente estropee la eficiencia literaria del relato. Hacer que la voz infantil cobre verosimilitud (o cuando menos sea aceptable por el lector) se convierte en condición necesaria de esa eficiencia.