“Vamos a sonreír. Sonreíd”
El éxito de ‘Aún estoy aquí’ es un triunfo para la memoria democrática pero nos obliga a prestar atención a los abusos que siguen existiendo hoy

La frase del título es de la brasileña Eunice Paiva, esposa de Rubens Paiva, diputado destituido por la dictadura militar que oprimió a Brasil de 1964 a 1985. Lo sacaron de casa, lo torturaron y lo asesinaron en las dependencias del Ejército en 1971, pero su familia solo consiguió obtener un certificado de defunción después de 25 años de mucha lucha. La historia real de Eunice y su familia se cuenta en el largometraje de Walter Salles Aún estoy aquí, que ha ganado el Oscar a la mejor película internacional. La victoria, celebrada (casi) como la final de un Mundial en Brasil en plena catarsis carnavalesca, encuentra a día de hoy a cinco hijos sin el cuerpo de su padre para sepultarlo; a un país con un presidente de centroizquierda acorralado por la extrema derecha, en gran parte defensora de esa misma dictadura; a ninguno de los cinco responsables identificados castigado, un retraso que ya ha permitido que tres de ellos hayan muerto sin responder por el crimen; la corrosión mundial de la democracia, que quedó explícita en una ceremonia de los Oscar sin ninguna crítica contundente al horror cotidiano practicado por Donald Trump y Elon Musk, como si los artistas abdicaran de su responsabilidad pública y se pusieran espontáneamente la mordaza. La cobardía parece ser una de las crueldades extras del nuevo fascismo.