Vivimos saturados de imágenes. Pero hay que dejar que algunas nos atraviesen
Consumimos tantas fotos que ya ninguna nos afecta. Las sobreabundancia genera una anestesia colectiva
Estamos saturados de imágenes. Hemos consumido tantas que ninguna ya nos afecta, ninguna ya nos conmueve. Ni siquiera las más violentas. Tragedias, catástrofes, horrores, rostros de sufrimiento y agonía se suceden en nuestras pantallas con tal frecuencia y naturalidad que, por pura reiteración, apenas consiguen ya alterarnos. Este es el diagnóstico común de la crítica del espectáculo, desde Debord a Virilio, pasando por Baudrillard y Byung-Chul Han: las imágenes han suplantado lo real, se han convertido en pura exterioridad y se han vuelto pornográficas, en una suerte de “obscena hipervisibilidad” incapaz ya de transmitir nada de lo mostrado. La aceleración de la información reemplaza la experiencia profunda y deja al individuo insensible y en un estado de absoluta indiferencia. O lo que es lo mismo: la sobreabundancia de imágenes genera una anestesia colectiva.