Ya salgo, ahí se quedan
Para irse no hace falta abrir la puerta. Se queda uno quieto, con la mirada perdida en cualquier sitio, y desaparece

A veces no me doy cuenta de que me he ido hasta que vuelvo. Para irse no hace falta abrir la puerta, ni bajar las escaleras, ni siquiera moverse del sofá. Se queda uno quieto, con la mirada perdida en cualquier sitio, y desaparece. Llevo desapareciendo desde las clases de aritmética de párvulos: desde el dos por dos, cuatro, y desde el siete por siete, cuarenta y nueve. También desde las partes variables e invariables de la oración: qué duro el adverbio, tan estático, y qué flexibilidad las de los verbos y la de los nombres, tan elásticos, ¿no? Iba y venía del pupitre con la misma desenvoltura con la que voy y vengo ahora del sofá, sin la necesidad de dejar, como los personajes de los cuentos, miguitas mentales de pan a lo largo del camino.