Yo sí he sido
Está bien que exijamos a nuestros representantes y que señalemos sus errores, pero alguna vez tendremos que preguntarnos si nosotros hicimos algo para convertir el mundo en un lugar más habitable
La crítica ajena tiene un prestigio moral que no merece. El señalamiento y el afán por subrayar los errores de otros se han convertido en una estrategia de validación propia. En este gran teatro de la delación contemporánea, un lugar común es acusar a los políticos de todo lo que nos sucede. Los populismos no solo fracturan a la ciudadanía en bandos de “ellos” y “nosotros”, sino que establecen un falso hiato ontológico entre representantes y representados.